Desde el año 2000 a. C. habían comenzado a producirse las primeras migraciones de los aqueos, pueblos indoeuropeos, en suelo griego. La infiltración de estos pueblos fue discreta, ya que, se habían ido integrando, a lo largo de tres siglos, con los elementos de las culturas cretense y heládica, para, finalmente, superponerse a ellas. Micenas fue la ciudad más importante en este tiempo, al que prestó su propio nombre, y desde la cual se decidió el devenir de la historia de Grecia, que hacia el 1600 a. C. comenzaba una nueva y gloriosa andadura histórica. El aspecto más destacado y característico de la civilización micénica es que en ella se constituyeron, de forma súbita, varios centros de poder, regidos por los príncipes aqueos, en un territorio que hasta entonces había sido eminentemente agrícola. Los aqueos eran también agricultores, pastores y, por encima de todo, muy hábiles en el trabajo de los metales; conocían las técnicas metalúrgicas extendidas por toda la Europa central, con las que pudieron fabricar su magnífico armamento broncíneo, lo que les convertía en poderosos guerreros.