En la historia documentada, el sexo ha tenido siempre una dimensión económica. El sexo mercantilizado no es relacional, convierte a las personas en bienes intercambiables y explota a quienes tienen menos poder. Se necesita afrontar tanto el desafío personal como el estructural. Los males sistemáticos, especialmente los salarios ínfimos, nos hacen a todos cómplices de la mercantilización de la sexualidad. Además, las voces y las necesidades de las víctimas de esta mercantilización deben tener prioridad en la lucha contra ella. Las víctimas y las potenciales víctimas son aliados capaces de su propia protección.