Cuando la voz entona el érase una vez, el pasado deja de ser tiempo remoto para hacerse presente y vislumbrar un espacio en el cada uno de nosotos pueda ser cuento quiera ser.
Así, el cuento es salmodia, cántico primogenio, eco de quienes ya escribieron la historia mucho antes de que nosotros la narrásemos, aunque tengamos la certeza de que realmente somos los inventores.
Aunque aparentemente olvidemos la trama, el ritmo e incluso los personajes, en determinadas situaciones de la vida, quizás cuando más urgentemmente necesitamos un poco de claridad, nos vienen a la memoria aquella narración perdida que nos orienta el rumbo, nos señala un camino o nos muestra su parábola como metáfora de nuestra propia vida.
En la tradición sufí, el cuento se ha constituido en el ejemplar testimonio de su enseñanza. Las ingenuas preguntas del discípulo al maestro - en muchos casos planteadas por la impaciencia y el ansia de conseguir la verdad- y las aparentes evasivas o vaguedades de este últimos nos llevan a mirar en el fondo de neustro corazón, porque quizás sea ahí donde encontremos la verdadera respuesta.