Este libro va dedicado a todas las mujeres maltratadoras. A todas las esposas violentas. A todas las que insultan, golpean, humillan y menosprecian a sus esposos? Hablamos de esposas que invaden los espacios y los tiempos de ellos. Mujeres que, en su terrible debilidad, cruzan la frontera yendo más allá, a ese lugar que todo ser humano tiene prohibido: El otro. Salirse de uno mismo para asediar a la pareja no es humano. Es animal. Tal vez una exaltación miserable o un instinto insectívoro. Muchas de ellas usan la violencia para esconder su propia inmadurez, con la tranquilidad de saber que el sistema las ampara y las protege. Otras arrojan a sus hijos contra ellos, como dardos que hieren. Estas mujeres no aman. No pueden. No saben. Cosifican al marido y a los hijos. Son insensibles, arrogantes, eternas. Una plaga. Blatta repetida, multiplicada. También lo dedico a usted, lector, al que aún no he tenido el gusto de conocer. Aunque eso de que no le conozco? Maduré lo indecible en la narración de esta historia. Me zambullí -en un esfuerzo de empatía sin igual- en su mente, en el propio ser que usted encarna. Quise oírle, verle, oler sus miedos, rozar con las yemas de mis dedos el sudor de su frente, calmar con la palma de mi mano la frenética pulsión de su corazón. Lo intenté. Y para eso no tuve más remedio que permanecer mucho tiempo a su lado, comprendiéndole, ayudándole, amándole. Por último, me dirijo al señor que permanece sentado tras la maravillosa y cara mesa nogal de su despacho. Le descubro oyendo los ecos ocultos de esos pensamientos y temores callados. Frente al paciente que vomita sus miedos. Le veo tragando las humillaciones y los insultos y convirtiéndolos en simples casos de depresión y de menosprecio. Os observo a todos. A todos los que disimuláis y arrojáis las estadísticas al cubo de la basura. A todos los callados de las consultas. A estos tres grupos de personas va dedicada esta historia, con todo el sonrojo del mundo. El autor