La fotografía que se ofrece en portada fue tomada a últimos de los años sesenta del siglo pasado por Antonio Acedo Tamurejo. Era el burro que le quedaba a mi abuelo Faustino Acedo Díaz de los dos que siempre tuvo para trabajar en el campo (tierras de labor, olivares, viña, colmenas). Entonces las casa que había era muy distinta a la que hay ahora. Aquella tenía un pequeño corral, a cielo abierto, en el que estaban: la leña para la lumbre del hogar en la cocina; los aparejos del animal resguardados bajo un alero; la gavia que achicaba el agua de lluvia pasando por debajo de la bodega donde había aceite, vino y miel para la venta y esas macetas de geranios que mi abuela Paula Tamurejo protegía de los intentos devoradores del asno desde la ventana de su establo al pasar, separaban la casa habitable de las cuadras y el pajar en la parte superior es éstas. El cuadrúpedo no tenía nombre. No hay más que esta fotografía de aquella casa, en la que vivimos mi madre y yo los nueve primeros años de mi edad con los abuelos al morir mi padre a los 27 y pico de su vida. Este documento gráfico ha motivado la escritura esta diversión sobre los burros con respeto y rigor, echando desinfectante humorístico que lo separe o emparente con otros tratados al respecto y lo haga sabroso y práctico. Ah, las sugerencias gráficas y fílmicas en el texto, los lectores pueden encontrarlas sin dificultad en internet.