En su incesante exploración de una nueva teatralidad, Valle-Inclán emprende muy pronto un radical proceso de estilización dramática que cultiva el grotesco, la farsa, el metateatro y la deshumanización de los personajes. Títulos como Tablado de marionetas (1926), Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte (1927) y Martes de Carnaval (1930), en que recoge su producción de dos décadas, son expresivos de una tendencia que culmina en la formulación de una nueva y portentosa estética, el esperpento, cuyas premisas expone en la que es considerada por muchos su obra maestra: Luces de bohemia (1924).
Reseña:
«Alrededor de él vivía la vorágine del verbo, y lo mismo se le podía llamar demiurgo que taumaturgo.»
Ramón Gómez de la Serna