A través de Sofía se produce ese entronque entre Cantabria y La Mancha. La primera, reflejada a través de sus recuerdos y, la segunda, viene a conformar su vivir diario como ama de cría, revelándose como una buena contadora de leyendas y cuentos a su auditorio infantil, haciendo mágicos esos momentos.
Doña la Asunción, la señora de la casa, se arroga para sí la encomienda de mantener la coordinación de todo lo que suceda o afecte a su casa, sus bienes, pero por encima de todo y fundamentalmente, a las personas.
Nicomedes es hacendoso, rudo, noble y, especialmente una especie de filósofo rural, planteando pensamiento y pareceres que hacen despertar, entrar en reflexión a quienes le atienden.
Inés María, hija de doña Asunción, viene a poner ese tiempo de colores, alegría e ilusiones nuevas a su tiempo.
Finalmente, la amistad entre dos niños, que crecen juntos, reciben las semillas de sus antepasados, desarrollando sentimientos nobles.
Un punto de esoterismo surge de algunos de los personajes. Para desvelarlo, hay que leer hasta el final, sin saltarse nada. De lo contrario, no se habrá conocido la historia de La Casa Grande.