El joven adolescente contaba apenas con catorce años de edad y ya dejaba constancia de su opinión sobre aquella que sería su única compañera de vida, y anotaba en su diario: «Dios nos ha concedido la música, en primer lugar, para que mediante ella ascendamos a las alturas. La música reúne en sí misma todas las cualidades: puede conmover, embelesar, serenar; es capaz de amansar el ánimo más tosco... Pero su facultad esencial es la de dirigir nuestros pensamientos hacia lo alto...» y un poco más adelante, agregaba: «Hay que considerar a los seres humanos que la desprecian como gente sin alma, como criaturas parecidas a los animales».