En 1934, mientras el mundo se prepara para nuevos y terribles conflictos, Nikola Tesla, físico, inventor (y profeta), busca el medio de volver cualquier guerra imposible. La muerte de un antiguo colaborador le hace temer que, en algún lugar de Europa, se esté construyendo un arma secreta, un arma absoluta. «Tráigame pruebas de ello», le pide a Henri Fevre, su muy leal y muy ignorante discípulo, quien para buscarlas viajará de Nueva York a París, siguiendo el rastro de una tenebrosa conspiración.
Investigador más proclive a titubeos y errores que a infalibles razonamientos lógicos, Fevre se adentra, en un París sacudido por conflictos políticos y escándalos de corrupción, en un laberinto de sospechas e indicios, un recorrido que insensiblemente lo lleva al encuentro de su propio pasado, de viejos conocidos y cuestiones dejadas sin resolver, como su relación con Dora, bailarina, actriz, amazona, conspiradora en opinión de todos, una chica rara. Al avanzar en su investigación, cada respuesta hallada no trae sino nuevas preguntas, cada obstáculo vencido es una etapa en la lenta revelación de lo que acabará siendo, para Fevre, una búsqueda de identidad y, más allá de la ausencia de pruebas o de certezas, una razón de vivir.