Con El hueco, la autora malagueña da un paso más hasta las últimas consecuencias en lo que se refiere al lenguaje en su andadura por esa poética sin concesiones, sin engaños ni, por supuesto, autoengaños: «Dios me libre / de cualquier modo de falsificarme». Desde la serenidad, o como María Victoria Atencia prefiere, desde la búsqueda de la serenidad, y de modo cada vez más depurado, este libro aborda lo real, pasado por el tamiz de la memoria y contemplado siempre desde las cosas, desde el Otro, un Otro que habla a su vez mediante opuestos: la ciudad y la naturaleza, el arte y la vida, el sueño y la realidad, a veces imbricados hasta fundirse, gracias al ser que los experimenta. Así, cualquier vivencia (el mar, el amanecer, un cuento, la llegada del otoño) puede convertirse en símbolo de la levedad humana, del desencanto de la infancia o del paso del tiempo. Y, por encima de todo, dando sentido al libro entero, la vivencia del hueco, también «oscuridad o ángeles», de múltiples resonancias.