Los miembros del pelotón lo apodaban Robocop. Mide un metro noventa, pesa casi cien kilos y es uno de los combatientes más feroces. Era sargento en una tropa de asalto, pero cuando concluyó la guerra y se firmaron los acuerdos de paz entre la guerrilla y el gobierno de una nación centroamericana, fue desmovilizado. Las únicas pertenencias que conservó al reintegrase a una supuesta vida civil fueron tres fusiles, ocho granadas de fragmentación, su pistola nueve milímetros y un cheque por tres meses de salario. ¿Qué hacer? Como los débiles no sobreviven, Robocop continuará dedicándose a la única labor para la que ha sido preparado: pelear. Y así se convertirá en miembro de distintas bandas de delincuentes integradas por ex militares o ex guerrilleros, que operan como comandos altamente especializados en el marco de una delicada transición política. Bandas en las que las lealtades son apenas provisionales y las traiciones, siempre inminentes.