Cintolesi asume una larga tradición de la literatura de viajes, que le es familiar, y le da un giro que lo vuelve inusual: si bien este libro se basa en su experiencia personal, el autor recurre al humor, al chiste, a la crónica jocosa, a la diatriba política y, por qué no, al chisme, para salirse de sí mismo y reflejar una historia que quiere ser universal. Más allá de los países, las ciudades y la anécdota, lo que el autor narra es eso inaprensible que algunos dan en llamar «el espíritu de la época», en un texto que va desde la crónica a la ficción (pues el recuerdo, cuando es evocado, siempre es dudoso en su realidad histórica, aunque se vuelve real en la narración). Y lo hace con el gesto de quien se sabe portador de la experiencia pero, al mismo tiempo, es consciente de la trascendencia que contiene y la comparte. En ese sentido, este libro es la historia de una persona, pero está concebido como una historia legible por cualquiera, una historia que cree en el lector y lo hace partícipe de una experiencia singular y tan cercana que, por momentos, parece que fuera de todos.