«El personaje de este libro es el paisajista Rugendas, el pintor que registra con lápices febriles una realidad donde todo lo excede. Aira lo sigue de cerca; el retratista tiene un testigo no menos preciso. Rugendas contempla las carretas enormes y lentísimas que tardan varias generaciones en ir de una aldea a otra: la vida parece medirse en eras geológicas hasta que una tarde de borrasca el artista es alcanzado por un rayo. Su carne se electriza y tuerce y deforma. El pintor cae del caballo, en plena combustión...» Juan Villoro «El resultado de esta breve e intensa novela: una pequeña máquina de fabricar belleza, una manera feliz de describir la a veces invisible luz argentina.» Guillermo Saavedra, La Nación