Olvidamos con frecuencia que la filosofía también se hace cargo de aquello que nos importa. Preguntas simples, tan simples, de hecho, que en ocasiones no disponemos de los instrumentos conceptuales necesarios para descartar su pertinencia o reivindicar su legitimidad. Preguntas que, por lo general, apelan al sentido profundo de nuestras vidas y a la necesidad de elaborar estrategias teóricas de interpretación que nos permitan reconstruir nuestro pasado y organizar la proyección racional de nuestro futuro: los acontecimientos cruciales que pueblan mi existencia, ¿podrían haberse dado de otro modo? ¿podrían no haberse dado en absoluto?; todo aquello que me ocurre un día tras otro, ¿debía ocurrirme necesariamente?; ¿existe un margen de libertad moral en mis decisiones y acciones o no soy más que el instrumento a través del cual se ejecuta, inexorable, un plan omnímodo y misterioso?...