Decía Ortega y Gassett que "el hombre se dedica a esta extraña ocupación que es filosofar cuando por haber perdido las creencias tradicionales se encuentra perdido en su vida. Esa conciencia de ser perdimiento radical, de no saber a qué atenerse, es la ignorancia" y que "para que la filosofía surja es menester que el hombre haya vivido antes de otros modos que no son el filosófico. Adán no pudo ser filósofo o, por lo menos, sólo pudo serlo cuando es arrojado del Paraíso. El Paraíso es vivir en la creencia, estar en ella, y la filosofía presupone haber perdido ésta y haber caído en la duda universal. (...) La filosofía sólo puede brotar cuando han acontecido estos dos hechos: que el hombre ha perdido una fe tradicional y ha ganado una nueva fe en un nuevo poder de que se descubre poseedor: el poder de los conceptos o razón. La filosofía es duda hacia todo lo tradicional; pero, a la vez, confianza en una vía novísima que ante sí encuentra franca el hombre." Y en estos conceptos, como en tantos otros relativos a la presencia clásica entre nosotros, Ortega tenía razón.