En Retrato de Abel con isla volcánica al fondo Méndez Guédez constata cómo escapar es más sencillo que permanecer, mediante el retrato en clave de parodia de un joven apocado signado a asumir sus bajezas en otro país, obligado a encarar dos realidades, un presente donde no se reconoce, y un pasado vergonzoso a olvidar y digerir, para dejar de sentir su vida como un maremoto de accidentes impuesto desde fuera, y evitar la tentación permanente de querer coger un taxi al aeropuerto rumbo a otra vida que no llega.