El señor salió de la habitación inquieto: no podía evitar pensar en la promesa que acababa de hacer. No sabía muy bien la razón, pero se sentía intranquilo, era como si hubiera mentido a su mujer en el lecho de muerte. Pero eso no tenía sentido: cómo iba a olvidar a su mujer, si casi no podía recordar un momento de su vida en al que ella no estuviera presente. Habían sido vecinos desde los cinco años, cuando sus padres se trasladaron a Cuzco, y compañeros de juegos hasta que a los quince descubrieron nuevos sentimientos y sensaciones al estar juntos. Después, un largo noviazgo, y por fin, a los veinticuatro, la boda, ya hacía más de cuarenta años. ¿Olvidarla? Cómo iba a ser posible. Más tranquilo con estos pensamientos, regresó al despacho y continuó con su lectura.