Con una disposición efectiva en cuatro partes que son a su vez cuatro modulaciones, Otoños y otras luces traza un recorrido por diferentes luces que son otras tantas miradas sobre el mundo. La primera parte, Otoños, da el tono del libro y la fuerza referencial y simbólica de sus imágenes, atardeceres que preludian una despedida, destellos que parecen los últimos e intensos fulgores previos al ocaso (piadosa moratoria que la tarde concede / a la débil penumbra que aún me habita), vaticinios del invierto más crudo, el de la vida y el del fin del amor. En la segunda parte, La luz a ti debida, los poemas están dictados por la persona amada, luminosa juventud, pasión y condena, aunque a veces la vida (incomprensible y pura vida) nos arroje al frío del desengaño. En la tercera parte, Glosas en homenaje a C.R., la figura y obra de otro gran poeta, compañero de generación, personifican el ansia de pureza, el miedo y la esperanza propios de una época en que la poesía era la única salvación. Las otras luces de la cuarta parte cierran y recapitulan con mayor intensidad si cabe la visión sobre el mundo desde los años vividos.
Lejos de cualquier imposición, los poemas de Otoños y otras luces nos devuelven la contención y la densidad exacta de los mejores versos del poeta, el tono justo, coloquial y trasparente, sin énfasis ni coturnos pero inteligente y profundo, la tesitura en que el poema, con reticente ironía y guiños paródicos, se resuelve con inadvertida destreza en grave meditación, lúcida aceptación del destino, nostalgia callada y contundente.