La doctrina del eterno retorno, propuesta por Nietzsche como distorsión del tiempo lineal, no sólo formula expresamente su continuidad con el intento de los jóvenes idealistas y primeros románticos de repensar un panteísmo que sirviera para proclamar un sí sin reservas a este mundo49. También apela a un tipo singular de creencia, más básica que toda fe en la verdad, que todo instintivo tener-por-verdadero, en el que se recoge el envite del salto mortal jacobiano y, en lugar de orientarlo hacia un inexistente más allá, se lo destina a la tierra para afirmar finalmente que, aun con toda su dosis de azar y sinsentido, «la vida debe inspirar confianza».