Lizzie Francke (estudiosa británica del cine) elige Hollywood como campo de estudio idóneo de las condiciones laborales y creativas del cine en general. La obra no es un memorial de discriminaciones por motivo de sexo, pero sería desfigurador no tenerlas muy presentes para explicar cómo, desde que la industria naciente del cine acogió por igual, en el guionismo, a hombres y mujeres, las mujeres guionistas bajaron a una minoría cuyas contribuciones al cine, sin embargo, han sido y son de una importancia superior a la que por proporción numérica cabría esperar.
La obra no sólo completa el cuadro del mundo del cine, restituyendo a las mujeres guionistas en el puesto que en él les corresponde, sino que arroja una luz nueva sobre la historia del cine repasada desde el ángulo del estudio de uno de sus colectivos profesionales.