No es fácil establecer cuándo empiezan a contarse cuentos, pero sí parece que puede afirmarse que nacieron a orillas del Ganges.
Tradicionalmente se ha considerado a Bidpaï como el primer fabulista, al que se atribuye la colección del Pancharantra, que, bajo diversos títulos ha sido traducida a todas las lenguas occidentales, y muchas de cuyas fábulas han sido adaptadas por fabulistas europeos de diversas épocas desde D. Juan Manuel a La Fontaine.
Se sabe que desde la India, estos relatos fantásticos pasaron a Persia y de aquí a los árabes, que fueron, generalmente, su vehículo de transmisión a Turquía y a Europa, y siempre han conservado, de una u otra forma, su carácter "moral", aunque la enseñanza puede estar a veces explícita, a veces implícita, y otras, no es más que un pretexto inicial para desplegar un animadísimo cuadro lleno de aventuras, viajes, heroicidades, lujos y amores sin cuento.
Desde comienzos del siglo XVIII, numerosas recopilaciones de cuentos orientales van siendo publicadas en Europa, particularmente en Francia, y de ellas son Las mil y una noches y Los mil y un días las que se han mantenido durante más tiempo en el gusto del público.
En esta colección -adaptada por un derviche de Ispahan llamado Moclah en el siglo XVII- la nodriza de una bella princesa de Cachemira, que odia a los hombres porque ha tenido un mal sueño, relata una serie de historias para demostrarle a su ama que los hombres son capaces de mostrarse fieles en asuntos amorosos.
Ésta es la anécdota que da unidad al libro: la constancia, la generosidad, la amistad, el amor... y toda clase de aventuras desfilan entre el esplendor y boato orientales.