Un misántropo espía a sus vecinos a través de la pared para poder conocerlos mejor. El eterno aspirante a Premio Nobel ensaya delante de un auditorio vacío su discurso ante la Academia Sueca mientras repasa su historia familiar. Dos superdotados debaten con mamá y papá sobre el triunfo del sol ante la lluvia y viceversa. Un soltero pasea unas horas con su diabólico sobrino por petición de su hermana. Don Miguel de Cervantes se sueña a sí mismo. Un nostálgico recuerda aquella época en la que se hablaba sin tapujos y a voz en grito en las calles. Ésos son, entre otros, los argumentos de este recopilatorio de cuentos. A veces nos apetece subir las vísceras al cerebro y ponerle pasión a nuestro relato. En otras ocasiones es mejor enfriar nuestras emociones, ordenar nuestra tragedia y reflexionar sobre ella como si no fuera propia. Darle calor al frío y frío al calor. Coger la palabra y subirla a las puertas de los labios, lista para decirse, más que para leerse. Y el humor, si es negro y solo, mejor que mejor.