García, segoviano, aventajado estudiante de la gramática parda desde sus años niños en el seminario, marchó a licenciarse a Salamanca, donde aprovechó con fruición las muchas prendas de sabiduría que la ciudad amablemente donaba a sus moradores. Allí conoció a personajes singulares que pululaban por sus recovecos; allí vivió experiencias y sucesos extraordinarios que aquí se narran para admiración de las generaciones futuras; allí dicen sus detractores que llegó a estudiar. Su vida, por requerimiento de alta personalidad, la cuenta fi elmente él mismo en esta novela con detalle y galanura, una pizca de ironía, algo de retranca y un regusto amargo, como el que queda después de comer pimientos del piquillo.