Con Los árboles que poblarán el ártico, Antonio Deltoro depura su relación directa con la naturaleza y el mundo original. Se aleja al mismo tiempo de la retórica altisonante y del silencio estéril. No se trata de retirarse de la vida, sino de buscar las razones últimas de la existencia. Por eso su poesía consigue esa sensación de mundo recién creado que contagian las mañanas de sol o el olor de la tierra después de la lluvia. Dueño de su propia soledad, de su quietud, de su tiempo, el poeta relee la compañía leal de los árboles, las estaciones, los animales, las tormentas, los recuerdos, los libros, y escribe versos que contagian un sentimiento humano, una poderosa ética, sobre la conciencia del paso de la vida.