No hace mucho, una institución virtual y pública en la que participo, me pidió que enviase algunas de mis citas poéticas preferidas. Sin dudarlo copié este hermosísimo verso de Ilyá Kamínsky en su traducción por Gustavo Adolfo Chaves: Poeta es una voz, digo yo, como Ícaro, que se susurra a sí misma mientras cae. Al instante caí en la cuenta de que al verso del poeta de Bailando en Odesa (1) lo precedía en mi cuaderno una afirmación de Novalis en sus Himnos a la noche que siempre me ha acompañado: Cuanto más poético, más real. Pensé que mis lectores podrían pensar que ambos versos unidos podrían componer un oxímoron perfecto entre lo mítico irreal que se suele atribuir al hecho poético por los ignorantes y la convicción que alentamos muchos poetas, en cuanto a que el mundo real siempre lo construyen nuestros versos como quería Hölderlin. Está claro pues que esa impresión sería falsa, como también pensar que por ser ahora un escritor norteamericano, el poeta Kamínsky ha dejado de ser menos ruso, y menos aún, un judío ruso. Y su voz se vuelve todavía más real en cuanto que cae desde las antípodas de lo que solemos llamar civilización democrática occidental y en tanto que penetra en la sesera y el sistema emocional de su lector.
Mas no terminan ahí las supuestas contradicciones de la personalidad de este jovencísimo poeta ya reconocido, que nació en 1977 en Odessa, emigrando poco más tarde con su familia a los Estados Unidos. Es también un poeta sordo que compone frases musicales de un ritmo intenso y embriagador que lleva a recordar las palabras que él atribuye en un poema a una turista americana: todo lo que tenemos de musical es memoria. Verso que para mi propia memoria, supone una inesperada confirmación contemporánea del motto del alquimista Zenón de Montferrat, cuando inicia uno de sus grimorios escrito en Praga en 1313, convencido de que la música es una metáfora del silencio. Como del silencio anterior al pensamiento nacerá la palabra al intentar comunicar sus distintas elaboraciones, entre ellas su modulación más perfecta llamada poesía; como también de ese silencio interior de Ilyá Kamínsky brota una memoria oral susurrada por Ícaro en la contradanza de su descenso hasta el verso escrito. Digamos que, en principio, para mí y creo que para cuantos lo puedan leer, Ilyá Kamínsky se consagra con este libro como poeta en pleno vuelo al destino de poeta mayor en el sentido eliotiano. Si su dios omnipresente lo permite.