Poeta de tonos clásicos, Villena vuelve en esta ocasión su mirada hacia el lado oscuro de la niñez, hacia aquellos años negros («negro el color de la vida»), de mujeres enlutadas. De la mano del tímido niño-adulto que era entonces, Villena recorre esa herética infancia, punteada de notas coloristas, para rescatar escenas y figuras, y así reconciliarse con aquella criatura incomprendida, que creció en una época inmisericorde con aquellos que ya sentían su diferencia y eran «extraños» a los ojos del mundo. En efecto, en esa atmósfera sofocante, la caída infantil más tonta no es sino un augurio de todas las «caídas» que seguirán; no en vano Villena cierra el libro, entre otras citas, con la siguiente reflexión de Freud: «El daño que sufre el yo bajo el efecto de sus primeras vivencias puede parecernos desmesurado».
En estas memorias en clave poética, sinceras hasta lo impúdico, duras y a la par compasivas, las herejíasprivadas van bosquejando a ese niño que, cuando juega «a los romanos», es un cónsul allá en las últimas fronteras del Imperio, muy solo y muy lejos.