Charles Baudelaire (1821-1867), poeta maldito, insano, perverso, silenciado y sin reconocimiento, se transformó al poco tiempo de morir en un poeta obligado, necesario y fundamental. Sin duda, el tiempo cronológico en el cual forjó su obra, no coincidió con el tiempo literario de su reconocimiento. No obstante, Baudelaire debió transitar este intervalo pagándolo con la moneda de la angustia, la desazón, la enfermedad.
Las Flores del Mal, su obra capital, reúne un centenar de bellos poemas que lo han consagrado como el mayor autor lírico de los tiempos modernos. Conoció la miseria, ya que era otra la riqueza que detentaba. Su poesía atravesó su vida como un rayo, hasta que sus destellos cesaron. La muerte se le va introduciendo lentamente. Postrado por la hemiplejia, sin poder hablar, oír, ni escribir, sumido en un tedio infecundo, encarnaba en sí mismo la paradoja final de su obra. Sin haber suscitado el reconocimiento, las mismas imágenes de la muerte que había forjado, se le hundían ahora en el cuerpo, como dardos lentos y dolientes.
Tras la muerte de Baudelaire, su obra comienza a ser reconocida, hasta alcanzar el lugar que hoy ocupa entre los mayores poetas de Francia.