...No era fácil llegar hasta Marcelo. No recibía a nadie más que a sus íntimos y algún gran personaje. Carola lo había conocido gracias a Ernestina, que, con su audacia de mujer bonita y despreocupada, se metía en todas partes.
Como la joven pertenecía a una familia aristocrática y había viajado mucho, tuvo ocasión de conocer al pintor ilustre en Londres hacía un par de años. Su belleza de efebo conmovió al artista. Llegaron a tener gran amistad, y hasta le sirvió de modelo, pero no para un retrato, sino para la cabeza de una ninfa de las que rodeaban a Lady Langerwoord, que había tenido el capricho de retratarse de Venus, sin ninguna ropa, y había pagado una fabulosa cantidad de libras esterlinas por el cuadro.
Carola no se había atrevido a manifestarle a Marcelo aún su deseo de ser tratada por él. Le daba cierto miedo cuando lo oía hablar de los retratos que había pintado. Todos eran de celebridades y de princesas.
-Ya no pienso pintar retratos -declaraba-. Sobre todo de mujeres. A mí me gusta pintar mujeres frescas..., pero sin ropa. Eso de entretenerse en dibujar encajitos a lo Van Dyck no se ha hecho para mí. El genio no se puede someter a esa tortura. En vez de copiar hay que crear. Carola se desanimaba; pero Ernestina le decía:
-No hagas caso. Dice eso, pero luego ya será otra cosa. Verás cómo logramos que lo haga.
Todas las tardes iban juntas al hotel donde estaba el pintor. Se aburría en Madrid.
-Estoy cansado de sociedad -les declaraba-. Prefiero estar a la pata la llana con dos mujeres tan guapas como ustedes.
Le agradaba, sobre todo, Ernestina con sus desplantes de camarada; que bebía y fumaba con él, y lo entretenía contándole anécdotas picantes de la gente que conocían.
Para Carola aquella clase de mundo era cosa nueva. Permanecía encogida, confusa, ruborizada a veces, aunque quería tomar una actitud mundana y resuelta como la de su amiga.
Y precisamente su cortedad llamaba la atención del artista.
-Es un ave rara tu amiga. Me gusta -le confesaba a Ernestina.
Encontraba a Carola provocativa, con su cuerpo tan macizo, tan fresco, tan bien plantado, y la picardía que le daba su gran descote. Se hacía provocativo el descote de Carola, porque no estaba a costumbrada a descotarse. Parecía que la carne, tanto tiempo recatada, había guardado sus reflejos de madre-perla, las cuales lucían con una procacidad que no tenían los otros descotes, ya deslustrados por tantos ojos como los miraron.
Le gustaba Carola al artista; pero como era hombre incapaz de perder el tiempo en los preliminares y los galanteos de una conquista, esperaba sólo la ocasión de que Ernestina los dejase solos para manifestarle su pasión. No se le ocurría la idea de que lo pudiera rechazar. En su fatuidad, acostumbrado a los triunfos fáciles, pensaba que si Carola iba allí era porque estaba enamorada de él. ¿Qué otro objeto podía tener? Era un honor que le hacía el no rechazarla.
A veces solía tomarse libertades que sonrojaban a Carola y hacían reír a Ernestina.
Algunas tardes se encontraban allí con otros artista amigos de Marcelo, que bromeaban con Ernestina y no le guardaban a carola gran respeto. Ella le ocultaba todo aquello a su marido .