Guste o no, las últimas generaciones que han nacido en los países de Occidente están marcadas por la patética fórmula que acuñó Nietzsche en El Anticristo: «El concepto cristiano de Dios [.] es uno de los conceptos de Dios más corruptos a que se ha llegado en la tierra; tal vez represente incluso el nivel más bajo en la evolución descendente del tipo de los dioses. ¡Dios, degenerado a ser la contradicción de la vida, en lugar de ser su transfiguración y su eterno sí». Pero ni Friedrich Nietzsche, ni nadie entre los mortales, cuando pronuncia la palabra «Dios», está hablando de Dios. ¿Qué vale la pretensión de indagar en lo que sólo se puede encontrar más allá del campo inmanente de la capacidad humana de conocimiento?.
Por eso, lo que este libro intenta explicar es que en Jesús Dios «se despojó de su rango y se hizo como uno de tantos». Y es ahí, sólo ahí, vaciándose de todo poder y de toda gloria, en la búsqueda de nuestra propia humanidad, donde es posible encontrar el sentido de la vida, que trasciende las representaciones del Trascendente que nosotros nos hemos hecho y nos hemos servido a la carta, con frecuencia y por desgracia, para dividirnos más y hacernos más daño los unos a los otros.