El románico, despreciado con frecuencia por el espíritu ilustrado como arte tosco y primitivo, ha conseguido disfrutar, desde hace ya unos cuantos años, de una nueva revalorización, que es expresada desde diversos puntos de vista. Este trabajo participa de esta valoración positiva. Pero, además, la asume en una perspectiva, la espiritual, que puede considerarse central. En efecto, en el románico confluyen múltiples factores y dinámicas socio-históricas, además de las propiamente artísticas, que le dan una notable complejidad. Pero, si no se ve en el fondo de ellas una aventura espiritual materializada en una creación artística global, no se accede a lo decisivo de esta creación. Porque es en esta aventura en donde encuentra su sentido, por supuesto, contagiado por las dinámicas mencionadas, pero, a su vez, sobrepasándolas.
En este trabajo, en concreto, pretendo dar cuenta, en forma modesta y provisional, de esa espiritualidad que late en el románico y que se hace piedra y color. Pero no a la manera del científico que, desde fuera, se esfuerza por definir y explicar un fenómeno con la mayor objetividad posible. Sino a la manera de quien, aunque separado por siglos y por fuertes cambios culturales, se siente, con todo, enraizado en dicha espiritualidad, con la que quiere poner en relación su propia experiencia de fe. Con distancia crítica cuando sea preciso, pero desde la empatía.
Del arte se disfruta, en el arte se entra, el arte se interioriza, confrontándose con la creación artística. Los textos sobre ésta son secundarios, y nunca deben sustituir ese cara a cara directo. Lo importante para apreciar la espiritualidad del arte románico es pasearse serena y relajadamente, en espíritu oracional, por los lugares en que se encuentra, y contemplarlo meditativamente. Las líneas que se ofrecen aquí quieren ser un estímulo para estos viajes, a lugares con frecuencia recónditos y silenciosos, con sugerentes paisajes que la creación románica integra (piénsese en el románico rural).