Éste es uno de los libros más eróticos más insólitos que el jurado de este premio, ya curtido en esos menesteres, ha tenido entre manos. Precisamente lo que más apreció en el momento del fallo fue la originalidad de su concepción : un libro de y sobre el sexo, a la vez inductivo y deductivo.
En «Prólogo moral», Kurt explica a un amigo que es una ofensa a Dios no practicar el amor, «esa barandilla, llena de mirones que le tienen miedo al gran agujero» : el sexo. Según Kurt, Dios «nos ofrece el sexo para resguardarnos de las calamidades» y, dado que «la pureza es asunto del diablo», el instinto que nos conduce al sexo es un mandato divino.
De modo que Kurt, convencido de que quienes llevan togas y sotanas no en vano visten de negro, como si llevaran luto por la vida, vive cómoda y festivamente sus experiencias sexuales, a la vez con la curiosidad y el abandono de todo amante de la vida y la lucidez del observador a quien sus vivencias instruyen. En cien encuentros amorosos regidos por el sexo, reina Ella, la Mujer, a la vez creadora, sumisa, guerrera, enigmática o reveladora, pero siempre, a todas luces, carnalmente real. Kurt, a su vez, goza, observa y lo comenta con otros.
En una introducción, «Una explicación obligada», Pedro de Silva se pregunta : «¿Es Kurt un personaje o un autor ? Terrible dilema para quien sienta la necesidad de plantearlo. (. . . ) Es como la diferencia entre cuerpo y alma, fondo y forma, o, si me apuran, cielo e infierno». Y, más adelante, plantea otro interrogante : «¿Es el autor al mismo tiempo un personaje ?», al que responde rotundamente : «Todo autor lo es», aunque De Silva, quien desconfía de las cosas sencillas, termine afirmando : «Para mí, Kurt es Kurt, y Kurt K. es su otro, el que ha escrito de él. ¿Quiénes o qué son uno y otro para mí ? Me gustaría saber, más bien, quién soy para ellos». . . En todo caso, mucho tendrá que ver con ellos cuando declara sin reparos que, para él, el erotismo «es una vía de salvación, y no hay tantas».