Dejemos al propio Divino Marqués comentarle su libro a su mujer Constance : «[El objetivo de esta novela es el de] presentar por todas partes al Vicio triunfante y a la Virtud como víctima de sus sacrificios ; a una desgraciada vagando de desventura en desventura cual juguete en manos de la maldad, entregada a todos los desenfrenos, al albur de los gustos más bárbaros y más monstruosos, aturdida por los sofismas más atrevidos y más perversos, presa de las seducciones más hábiles, de las sumisiones más irresistibles ; (.) atreverse en resumen a las descripciones más osadas, a las situaciones más extraordinarias, a los pensamientos más espantosos, (.) con el único fin de obtener de todo ello una de las más sublimes lecciones de moral que el hombre haya recibido jamás : era, habrá de convenir, alcanzar el objetivo por un camino hasta ahora jamás hollado por él».
Y, por curiosidad, cedamos también la palabra a un crítico anónimo de 1792 : «(.) Aunque la imaginación que ha producido una obra tan monstruosa es la de un desiquilibrado, hay que reconocer sin embargo que también es, en su género, rica y brillante. (.) Jóvenes, vosotros cuya delicadeza no ha sido todavía mancillada por el libertinaje, huid de este libro peligroso para el corazón y para los sentimientos. Ustedes, hombre maduros, a quienes la experiencia y la serenidad ante las pasiones ha situado por encima de todo peligro, léanlo para que vean hasta dónde puede llegar el delirio de la imaginación humana». De no ser porque, poco después, aconsejaba tirar el libro a las llamas, este crítico no andaba tan desacertado.