López-Pedraza rescata para la psicoterapia la tarea de mantener en movimiento las imágenes y la vida emocional, y la acerca a la función de la poesía, convirtiendo la labor del terapeuta en una actividad creativa y al terapeuta en un imaginero que contribuye a acrecentar el alma. Asimismo brinda al lector no especializado la oportunidad de contactar con el más amable de los dioses, recorrer su propio acervo de imágenes, relacionarse con sus lados dolorosos y recuperar, de la mano de Hermes, humor y socarronería, para aceptarse cada vez más a sí mismo.