El punto de separación fundamental de las estéticas de Nietzsche y Wagner es el problema del comediante y el lugar del teatro en la sociedad y en las artes. Toda la crítica de Nietzsche al ideal estético wagneriano puede sintetizarse en la acusación de «teatrocracia», con todas sus implicaciones psicológicas, sociológicas e incluso políticas. Pero esta oposición puede rastrearse ya en la época schopenhaueriana y wagneriana de Nietzsche, en la que, a pesar de la admiración hacia Wagner, Nietzsche concibe y otorga al actor un papel distinto de lo que hace Wagner, en las artes y, en particular, en la música. El último Nietzsche, con su concepto del Estado dionisíaco, no hará más que radicalizar esta divergencia inicial.