Dos bloques temáticos conforman la obra: un conjunto de preceptos búdicos, tal vez apócrifos, para manejarse en este mundo y este tiempo, y una serie de motivos para la contemplación, muy concretos y humildes, provistos de «aura» y ligados a la remota memoria infantil del poeta y a un abolido mundo mítico-rural con ecos de Cesare Pavese.
El título del libro apunta al tiempo y a una posible luz sobre él, del todo crepuscular, pero no vencida y mucho menos entregada. Cada objeto, por otro lado, cumple el papel inaugural del «arte pobre», cuyo icono mayor pudiera ser la viejas botas deshechas que pintó Van Gogh. Sintáctica y retóricamente, las composiciones se resuelven, casi sin excepción, en una oración principal y alguna de relativo, ascesis formal que es en último término ética. En todas ellas, la calculada escasez metafórica consigue que, a base de tensión rítmica y sorpresa, se alcance una rara intensidad lírica, infrecuente en nuestra poesía actual.