Además, Calcedo, que parece haber asimilado con prudencia la sabiduría de los maestros, sabe muy bien que un libro de cuentos debe ser concebido como una creación unitaria. El mismo lo explica: «Este es un intento de vertebrar un texto largo mediante una sucesión de historias en apariencia ajenas unas a otras, sin renunciar a su independencia. (...) La repetición del tono y, en general, del espacio temporal, contribuye a que esta sensación de familiaridad aumente».
La idea que hilvana estos trece relatos es la del viaje, ya sea un viaje largo o doméstico, una excursión placentera o un traslado innecesario, una huida o, simplemente, una visita a un amigo. Cada uno de esos «viajes» representa, en realidad, un viaje interior de los protagonistas, quienes, casi siempre sin saberlo o presumirlo, se verán abocados a una toma de conciencia de su propia realidad, y enfrentados, por sorpresa, a temores, deseos, cansancios o frustraciones que ignoraban sentir. En torno a ellos parece flotar una extraña amenaza, un misterioso enemigo que acecha y que puede provenir de cualquier movimiento en falso, de un fenómeno atmósferico, de una ausencia, de un conflicto familiar o incluso de objetos cotidianos. Los personajes, como presintiendo un peligro, penden siempre de un hilo muy sutil, de algo que está siempre a punto de suceder y que, en la vivencia de un inmanente desamparo, los mantiene permanentemente en vilo a ellos y, por supuesto, al lector.