En realidad, parecía que Aramburu iba para poeta, surrealista y ácrata, cuando a los veintidós años publicó dos libros de poemas Ave sombra y El librillo en su ciudad natal. Pero luego decidió que más le valía reservar su ahínco y su tiempo para acercarse poco a poco, en sus propias palabras, «a los diferentes objetivos literarios que he ido imponiéndome» y a explorar su talento hasta encaminarlo con paso ya decidido hacia Fuegos con limón .
Hilario Goicoechea inicia sus estudios universitarios en el convulso San Sebastián de fines de los años setenta. Hijo de una familia obrera, de la que le separan intereses y mutuos recelos, tímido por naturaleza, ha sido sin embargo tocado por el duende de la poesía. Por casualidad, entra a formar parte de un pintoresco cenáculo literario, La Placa, compuesto por jóvenes literatos, provocativos y arrogantes, que aspiran a encarnar todos los valores subversivos del Surrealismo y que, pese a su juventud, se mueven cómodamente en las aguas del arte y del pensamiento. Mientras fustigan el asfixiante filisteísmo cultural de su entorno, tratan de darse a conocer maquinando las invenciones más extravagantes. Con ellos, Hilario no sólo padecerá las urgencias del deseo y los celos, sino que comprenderá que nada importa tanto como una página bien escrita y que el viejo sueño de hacer arte de la vida, y vida del arte, siempre termina malparado ante la terca torpeza de la miseria cotidiana.
Ironía , compasión y resentimiento, así como un constante humor no exento de crueldad, se dan cita en una novela ajena a modas y modos, en unas páginas de escritura minuciosamente cincelada y en las que cabe hallar resonancias tanto de la tradición picaresca como del más grotesco esperpento.