Argumento de El Autoestopista de Grozni: y Otras Historias de Fútbol y Guerra
¿Qué papel ocupa el deporte en un escenario bélico? Es una pregunta apenas explorada dentro de la literatura deportiva. Este libro ofrece un recorrido por los principales conflictos de finales del siglo XX y principios del XXI, desde Grozni a Sarajevo, y desde Sierra Leona a Irak, todo en primera persona.
Por ejemplo, durante la guerra de la ex Yugoslavia, el propio Ramón Lobo sirvió como correo para mantener en contacto al futbolista Meho Kodro con su familia. En algunas ocasiones, el fútbol fue un mecanismo de integración para niños que tuvieron que rehacer su vida tras el conflicto. En otras ocasiones, el fútbol servía para sobrellevar el absurdo de la guerra, ni más ni menos.
El fútbol inicia conversaciones y las concluye, crea amistades súbitas y las rompe, agiliza trámites y los empantana. El fútbol acerca culturas, borra fronteras y difumina clases sociales; permite penetrar en el alma de las personas sobre las que el reportero va a escribir. Saber de fútbol no es de derechas o de izquierdas, embrutecedor o inteligente, es solo un conocimiento útil, una herramienta de trabajo.
Un compañero, hooligan declarado, sostiene que los chiíes son sociológicamente del Atlético de Madrid porque los suníes les robaron el partido de la sucesión del profeta en el siglo VII, cuando fue asesinado Alí, el yerno de Mahoma. Desde entonces, les tocó persecución, clandestinidad, sufrimiento. En 2003, mientras esperaba a ser recibido por Mohamend Baqr el Hakim, líder político de los chiíes de Irak, le conté a su secretario la teoría. Me miró sorprendido y dijo: No; aquí todos somos del Real Madrid.
Cada domingo llamaba a Madrid para enviar la crónica, si había fallado el fax, o para comprobar su recepción, saber si sobraban o faltaban líneas, cuál era el titular preferido y si tenía instrucciones para los próximos días. Mientras esperaba solía preguntar al compañero que había cogido al teléfono: ¿Sabes cómo ha quedado el Madrid?». Y el compañero, que nunca sabía nada, gritaba: «El Lobo quiere saber cómo ha quedado su equipo». Tras un silencio, siempre largo, el disgusto: Habéis empatado con el Rayo.1