No hay nada más evocador que un cuerpo filmado: los rasgos y la piel, pero también los gestos y movimientos. Porque a través de las películas vemos la labor del tiempo, su transcurso, su implacable trabajo de demolición. El cine contemporáneo se nos aparece ahora como el laboratorio ideal para la investigación sobre el cuerpo, sobre los contactos que establece con otros cuerpos, sobre su soledad y su decadencia. Pero también sobre su situación en los nuevos paisajes postindustriales, sobre su relación con la tecnología, sobre las fusiones que se ve obligado a realizar para sobrevivir.
De todos estos fenómenos se ocupa el último libro de Domènec Font. Y lo hace desde la experiencia, pues lo que empezó como una investigación se fue convirtiendo en una cuestión personal, a medida que el autor se vio obligado a compaginar la escritura con la lucha contra la enfermedad. De ahí su tono ensayístico y a veces confesional, como un gran relato de nuestros días donde comparecen filósofos, literatos y teóricos y, claro está, cineastas: de David Lynch a Jim Jarmusch, de David Cronenberg a Stanley Kubrick, de Pedro Almodóvar a Naomi Kawase, entre muchísimos otros.