En esta serie de ensayos, William Ospina nos habla de la grandeza de
América, la belleza de sus países, la mezcla cultural y racial que se
dio con el encuentro de los mundos y la importancia de la unidad para el
continente.
Llamada hispánica por los españoles, ibérica por portugueses, latina por
los franceses, equinoccial, ístmica, insular y meridional por el barón
de Humboldt y por los criollos, nuestra América lleva siglos tratando de
definirse a sí misma, y en esa búsqueda casi infructuosa puede
advertirse siquiera simbólicamente la complejidad de su composición y la
magnitud de sus dificultades. [#] Se diría que de todos los nombres que
ha buscado para sí, el que más podría convenirle es el de América
Mestiza, que al menos procura definirla por su diversidad y por sus
mixturas, no por la predominancia de alguno de sus elementos. Y habría
que entender por mestiza no sólo la mezcla de elementos étnicos y
culturales ibéricos e indígenas, sino la múltiple convergencia de
elementos africanos, de las otras naciones de Europa y la creciente
incorporación de tradiciones del resto del mundo. Nuestra América es
menos una homogeneidad geográfica que una conjunción histórica y
cultural, pero el destino común de sus habitantes terminó convirtiéndola
en un mundo al que es preciso pensar y abarcar en conjunto, como al
pensar en el continente europeo la mente incluye automáticamente a
Escandinavia y a Islandia, porque la historia compartida termina
influyendo sobre la geografía.»