Cuando, en su última obra, Recuerdos (guión en Infimos 101), declaraba ya no estar para humor ni risa algunos, poco podía dejar imaginar a sus fans y a sus detractores, que, aunque siguiera meditando sobre temas tan sesudos como el talento, el éxito y sus consecuencias, la cultura de masas, el sueño americano, los problemas de identidad que éstos engendran, volverían a reír a carcajadas durante la hora y veinticinco minutos que dura Zelig.
Pero, como reconoce el propio Allen, «nada es imposible para un psícopata»; quizás por eso concibió a un personaje genial como Zelig, cuya aberración misma es la que hace de él un héroe.
Dejémonos, pues, seducir sin reservas por el incontenible impulso creador de este hombre que, película tras película, no hace otra cosa que contarnos su propia experiencia de la vida, que bien podría ser la de todos, o, al menos, la de cualquiera.