«Ahora cuando estoy listo para que mis ojos se cierren ante el infinito sueño de la muerte, pienso que, en verdad, me ocurrieron cosas en las que necesariamente tuvieron algo que ver la intervención de los dioses? Tuve dos patrias, dos madres que me quisieron con infinita ternura, y tres mujeres a las que yo amé de forma, también, distinta? No puedo quejarme de la vida concedida por los dioses?». El anciano Marcio Servio Metelo, retirado en su villa en Corduba, a orillas del Betis, rememora su azarosa vida. En los rollos que escribe cuenta su infancia en Cartago, cuando se llamaba Hannón, antes de ser entregado como rehén a los romanos junto con otros trescientos niños de la principales familias de la ciudad. Ya en la capital de la República, Hannón es adoptado por el senador Próculo Servio Metelo. Roma es para el muchacho cartaginés una ciudad nueva y desconocida, donde debe aprender, no sólo la lengua y las costumbres romanas, sino a defenderse de sus condiscípulos de la academia del griego Hipódamo.¡Yo soy romano! ha de reivindicar constantemente ante las acusaciones de cartaginés y traidor espetadas por sus compañeros. Hannón, que ya es Marcio Servio Metelo, alcanzada la edad de entrar en el ejército lo hace junto a Escipión Emiliano, y con él, formando parte de las legiones del cónsul de ese año, Lucio Licinio Lúculo, llega a Hispania, a la temida Celtiberia, donde aprende a conocer el corazón de los hombres, sus miserias y, también, el amor. Vuelto a Roma, Marcio no se hace a la vida social que se espera de un rico patricio. Dolido por la cruel muerte de su esposa y de su hijo, se retira a Corduba, donde se dedica a escribir su vida en compañía de su fiel y muda esclava, Izana.