Personajes fuertes que se nos muestran a través de sus acciones y pasiones, equívocos que al aclararse iluminan zonas íntimas que no siempre queremos explorar, el amor y el poder como motores del mundo. Y un pueblo, verdadero protagonista de esta novela, como marco que da forma y deforma lo que contiene. Un pueblo pequeño entre las montañas y el mar, con nada que lo distinga de otros miles como él, idénticos en sus matices y diferencias, que encarna la aldea de Tolstoi: «pinta tu aldea y pintarás el mundo». Y en ese mundo cerrado en sí mismo se van desarrollando dos historias aparentemente inconexas ?cada una podría funcionar como metáfora de la otra? que luego resultarán las dos caras de la moneda. Ya desde el título se nos da una pista. Los «rumores» humanos y los de la naturaleza atraviesan toda la novela y van determinando un final inexorable, el único posible porque es el que hemos ido construyendo entre todos, los personajes y los lectores, a través de los malos entendidos, las buenas intenciones, los códigos morales, lo que elegimos contar y lo que tratamos de ocultar. Una de las cosas que aprendemos después de leer Victoria y los rumores es que lo que no soportamos ver en los demás son nuestros propios secretos, los que no nos confesamos ni a nosotros mismos.