Pretende el libro arrancarlos de su silencio en la otra dimensión. Resucitarlos literariamente, para hacer que ellos mismos, con su propia voz, tesitura, genio y carácter, convocados por la humilde intuición del autor, se produzcan como eran, en supuestas reuniones celestiales, para tratar de sus cosas. En virtud de una triple post biografía ocasional, desarrollada en episodios de convivencia, en la otra vida. Que Azorin hable como aquel don José, de Monóvar, Miró se produzca como el señor alicantino, atildado y gentil, de ojos claros, estatuarios, nacidos para ver lo bello,y Hernández, el sencillo y grandioso pastorcillo de Orihuela, suene y huela a huerta y alba, a higuera y atardecer, a púrpura y alpargatas. Asumiendo el cuajo moral de la sangre de Miguel. Asimilando el sosiego demorado y primoroso del Azorin minimalista, de su sentido del tiempo, concepto que tanto intentó desentrañar. Y entrando en la globalización plástica inagotable, fervorosa, afrodisíaca y mística a un tiempo, de Gabriel. Ser uno, en los tres, sin alteridad o con una alteridad común, que tambien debe tenerla el autor y había que sofocar y contener. Asumir el ser cada uno de ellos, respecto de cada uno de los otros y aun de los otros dos en conjunto. Y de ser los otros dos, por separado y en suma, respecto del cada uno otro.
Pretende el libro narrar una serie de episodios celestiales, protagonizados en la Gloria de sus glorias, por los tres más grandes escritores que haya dado jamás Alicante. Con interés, amor y fundamento. E intentando ponerlos de pié. Vivos...
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