En la residencia de un precioso pueblo malagueño, vive Cristóbal, hombre de pocas palabras, ojos límpidos y una sonrisa para todo el mundo. Nadie sabe de dónde es ni si tiene familia. Cierta mañana la enfermera de turno lo encontró muerto, se había ido tal y como había vivido en aquella residencia, con su sonrisa característica. Recogiendo sus objetos personales la enfermera encontró una carpeta desgastada con varios cuadernos escritos con letra casi ilegible. Como no había familiares a quien devolver aquellos objetos, con permiso de la dirección, la enfermera decide quedarse con ellos? Es aquí donde empieza la apasionante y triste historia de Cristóbal, que llegó a mí, gracias a alguien que supo apreciarlo en vida y quiso honrarlo en su muerte.