La conquista de la Guayana venezolana y su significación en la construcción del ?doradismo?, y en la mito-cartografía regional, es poco o malamente conocida. En su construcción dos personajes ocupan un papel preponderante: un español, Antonio de Berrío, su primer gobernador y el conocido pirata inglés Walter Raleigh. La realidad de aquellos hechos en pos de descubrir el Dorado da poco lugar a la ficción que, no obstante, se impone como una posibilidad de la que el autor se apropia sin escandalizarse y para especular sobre la significación que tuvo la forzada y corta conjunción de estos dos hombres unidos por el mismo delirio. Ante aquel Raleigh, aventurero, cortesano, erudito, poeta, visionario, polifacético, exultante y protestante, se aprestó Berrío, el guerrero español, austero, parco en ideas, frontal, pertinaz hasta la obsesión, monolítico y católico. Cuando se encontraron en 1595, el Dorado era para el gobernador la única razón para sobrellevar la profunda soledad en la que lo dejó su amada esposa María de Oruña. La única ilusión que podía justificar su largo y doloroso rosario de fracasos. Lograr la meta de encontrar la ubicua Manoa, el soñado Dorado, equivalía a rendirle a la mujer de su vida el mejor testimonio de su pasión. Coincidió el encuentro de aquellos dos hombres, personajes de capa y espada, con la pérdida de Raleigh como favorito y amante en el corazón de Elizabeth I, por lo que hizo del Dorado, aquel maravilloso lugar repleto de innumerable riquezas, la máxima prenda, la única alternativa, que ofrecer al amor de su reina. El interés que avivó el anhelo de Berrío y de su esposa por descubrir y conquistar el Dorado se basó en el atractivo de una quimera, de una ilusión española que Walter Raleigh, abrazó con delirio. Las obsesivas exploraciones de Berrío y las alucinaciones de Raleigh, llevaron el mito del Dorado a su pináculo repletando los inmensos vacíos cartográficos, entre el...