Una tarde, durante mi visita diaria al centro, en aquella pequeña habitación, supe que debía decirlo, escribirlo. Tenía que hablar de lo que veía, de unas experiencias totalmente insólitas, increíbles, dramáticas..., a veces maravillosas. No podía, sin más, callarlo.
Se habla mucho del Alzhéimer aun conociéndose poco o nada de la enfermedad, a menudo basándose solo en esas frías e impersonales teorías escritas.
Quería aportar mi testimonio, de una realidad vivida día tras día, para que se supiera algo más. Pretendía, al menos, descubrirla desvelando sus artimañas, sus innumerables e insospechables caras. En cierta manera, he intentado que se hiciera justicia. Hemos conocido tal dolor y desconcierto que en lo más insignificante hallamos la felicidad.
Crecimos y, lejos del tiempo marcado por esa prisa tan absurda para llegar no se sabe dónde, nos acercamos al misterio, vislumbrando la magia, la efímera maravilla de la vida.