Por constituir estos un grave riesgo para la seguridad de los paseantes, y de los que juegan, y de los que se aman, y de los que deliran, y de los niños que acostumbran a revolver en sus proximidades, quedan proscritos del Camposanto todos los pozos. Quienquiera que descubriese uno en el territorio delimitado, se le ordena que lo haga saber a las autoridades competentes, o que él mismo lo cubra con tierra o lo derribe, antes de que el pozo se ensañe con él?. El gobernador del Camposanto ha colgado un bando de todos los muros y farolas de la región: hay que cegar los pozos. Pretende así exorcizar los demonios que le atormentan desde la desaparición de Manute, hijo enfermizo, muerto al precipitarse en uno de ellos. Alrededor de esa leyenda, una de las múltiples historias que recrea el viejo Saldaña, orbita la existencia del Camposanto, un escenario espectral atenazado por sus mitos y sus accidentes geográficos y condenado al olvido, víctima de su propio encierro.