Lo giré y comprobó horrorizado cómo cuando él se movía, su sombra permanecía inmóvil, y cuando él quedó paralizado por el espanto, su sombra se contoneaba como si tuviese vida propia. Aquella espantosa sombra alzó sus brazos en horizontal y quedamos petrificados cuando lo siguiente que hizo fue expandir sus brazos, estiraba sus brazos más y más, y movía los espantosos dedos de unas enormes manos. Tanto los estiró, que sus brazos surcaron por las cuatro paredes de la habitación hasta que nos rodearon por completo. Rezaba para que la bendita llama de velas y cirios perdurase hasta que amaneciese. De repente, la sombra empezó a menguar, empezó a empequeñecerse, tanto que quedó en apenas algo que parecía una simple línea, pero no, no era una línea, era algo que escapaba reptando; había adoptado ahora la forma de una serpiente. Reptaba y se alejaba hasta que la perdimos de vista en la oscuridad de otra habitación. Lo último que escuchamos fue una estridente risa que provenía de la habitación donde se perdió aquella sombra, con cada carcajada nos desgarraba el alma. Y al final, hízose la luz.