Porque fue en Altea donde en 1935 completó su conversión al catolicismo.
Porque el sacerdote que le bautizó fue luego asesinado en odio a la fe.
Porque en 1936, en Toledo, vio caer mártires a sus amigos carmelitas.
Porque ellos le confiaron en custodia los manuscritos de San Juan de la Cruz.
Porque se jugó la vida para impedir su destrucción por los milicianos.
Porque tradujo al inglés con belleza aún no igualada los versos místicos del santo.
Porque vació su espíritu en el más intenso poema sobre la guerra civil, Flowering Rifle.
Porque apoyó al bando nacional ante la amenaza que suponía el comunismo para la civilización cristiana.
Roy Campbell conoció el Oxford de una época literariamente irrepetible. Se vinculó a Virginia Woolf y el círculo de Bloomsbury y se desvinculó después ante el desprecio de aquel progresismo decadente hacia las virtudes más elementales. Su mismo matrimonio con Mary Garman, a pesar de que se amaron sin fisuras hasta el final, lo sufrió en sus propias carnes.
Y fue amigo de C.S. Lewis, Evelyn Waugh, TS Eliot y JRR Tolkien, quien vio representado en él uno de sus personajes de El Señor de los Anillos: nada menos que Aragorn.
Una vida, pues, que valía la pena contar, y que la contase un biógrafo de renombre como Joseph Pearce, rescatando para España la memoria de un hombre que la amó hasta sus últimas consecuencias.